VIOLENCIA COTIDIANA
Es la que venimos sufriendo diariamente y se caracteriza básicamente por el no respeto de las reglas, no respeto de una cola, maltrato en el transporte público, la larga espera para ser atendido en los hospitales, cuando nos mostramos indiferentes al sufrimiento humano, los problemas de seguridad ciudadana y accidentes. Todos aportamos y vamos siendo parte de una lucha cuyo escenario se convierte en una selva urbana.
En efecto, se repiten cada vez más los hechos de maltratos familiares de esposo a esposa, de padres a hijos, de nietos hacia sus abuelos. Con frecuencia creciente nos encontramos escenas vergonzosas en plena calle, de madres que literalmente arrastran a sus niños pequeños, les propinan tundas frente a sus compañeros de escuela, les gritan desaforadamente que los van a matar, que les van a partir la cabeza en dos… y así una cantidad de frases, gestos, actitudes y hechos violentos que no parecen salidos de la boca de una madre, un padre, o una abuela. Pero las oímos y vemos cada vez más. Es la violencia familiar que se hace cotidiana y se vuelve casi normal.
No nos acostumbremos a la violencia familiar. No existe violencia menor, porque todas dañan la dignidad, la integridad, la psicología de los que la sufren y también daña a los que la ejecutan. No aceptemos tal monstruosidad como si nada ocurriera.
Otra manifestación de la violencia cotidiana son los ataques callejeros. Esos asaltos para robar, para la violación sexual, para el atraco. Todos podemos recordar alguno de estos hechos en nuestro propio barrio, en nuestra ciudad, en nuestra provincia. Los mayores podrán comparar: siempre han existido actos de violencia, pero parece, que ni eran tan frecuentes, ni eran tan numerosos, ni eran vistos con tanta naturalidad o resignación como ahora.
Matar para robar en la casa de una anciana que vive con su nieto y ser el nieto un cómplice. Matar para robar un automóvil y hacerlo de día en plena carretera. Matar para arrancar del cuello una cadena o para llevarse una bicicleta. Matar por excesos pasionales o por simple envidia. Cada uno de nosotros conoce más de un caso. ¿Cómo es posible que nos acostumbremos a tales violencias? ¿Cómo es posible que las aceptemos como parte del mundo que cambia? ¿Hacia dónde está cambiando nuestro mundo, este de aquí, el más cercano, el mundo de mi barrio y de nuestras carreteras? ¿Cómo es posible que se silencien estos actos crueles, por muy “locales” o “intrascendentes” que se puedan considerar?
Es sobre esto mismo que deberíamos reflexionar: ¿Qué diferencia hay entre una mujer albanesa que es violada en Bosnia-Herzegovina y una mujer violada en un municipio de Las Tunas? La dignidad de ambas mujeres, el respeto a su integridad y la violencia que se les impone es la misma en cualquier lugar del mundo. Por un lado, no hay violencias menos crueles y más intrascendentes por no tener difusión y, por otro lado, no hay violencias “internacionales” que, por su difusión periodística, se hagan más deleznables. Esto es, por lo menos, una manipulación mediática. La violencia es igualmente condenable, es igualmente cruel, debe ser igualmente prevenida, en Cuba como en Madagascar, en Estados Unidos como en España, en Palestina como en Israel, en Iraq como en Haití.
Otra pregunta: ¿Por qué se silencian los hechos de violencia en nuestro país? No estamos hablando del morbo de la crueldad, no estamos hablando de la prensa amarilla que se regodea mostrando gráficamente, muertos, heridos y descuartizados. Eso no ayuda a nadie. Eso difunde la violencia y ofende la vista de los receptores y la dignidad de las víctimas. No es a eso a lo que nos referimos. Se trata de cuando se silencian las estadísticas de actos violentos, se obvian las noticias aún cuando sean pura información sin sensacionalismos o se deja de educar a partir de las lecciones de actos lamentables porque se desea presentar una atmósfera de normalidad dentro y de tremendismo fuera. Dentro, todo tranquilo; fuera, todo mal. Entonces lo que se logra es que la gente no le dé importancia a la violencia porque, como lo importante sale por la televisión y el periódico, pudiera deducirse que se trata de un acto menos grave, que no merece la pena condenarlo y sacar las conclusiones y lecciones de esas realidades.
Ni regodearse con la violencia, como en las películas norteamericanas del sábado, ni crear en los medios de comunicación una Cuba virtual que se aleja, cada vez más, de la Cuba real. Los extremos se tocan. Tanto pueden contribuir a la violencia la difusión de actos e imágenes violentas como silenciarlas de tal manera que pueda entenderse que son eventos sin importancia, de poca gravedad. La desinformación nunca educa, ni previene, ni alerta.
Ahora bien, informar sobre lo que está pasando en la realidad no evita el problema de fondo. El problema de fondo es encontrar las causas profundas de la violencia. Es preguntarse ¿ por qué crece la violencia familiar?. Y responder con sinceridad.
Es preguntarse ¿ por qué crece la violencia callejera?. Y responder con honestidad.
Es preguntarse ¿para qué mata la gente?, ¿para qué asalta?,¿para qué se organizan y juntan los delincuentes?. Porque sabemos que, raras veces, no hay al menos complicidad. Porque sabemos que raras veces son delincuentes aislados. En el mundo de hoy, y con las características de los hechos que conocemos, casi siempre hay varios implicados, hay varios que planean, unos asaltan y otros receptan, unos venden y otros compran, unos matan y roban automóviles y otros los modifican o desarman y los venden. Esto lo hemos corroborado, incluso, por ese espacio de la televisión dominical que intenta presentarnos casos de este tipo en forma de programa policial.
Este tipo de “juntera” delincuencial de hoy, puede conllevarnos a las mafias criminales de mañana. Es muy necesario atajar a tiempo esta tendencia, ese incipiente intento de organizar la violencia. Estas son las formas de asociarse verdaderamente peligrosas para la soberanía y la integridad de la nación. Estas son las formas verdaderamente dañinas para nuestra cultura y nuestras ideas. Si alguna batalla debe haber en serio y en firme es la batalla contra la verdadera delincuencia. El desorden social, lo hemos dicho varias veces, es señal de deterioro moral y un grave peligro para la gobernabilidad.
En efecto, se repiten cada vez más los hechos de maltratos familiares de esposo a esposa, de padres a hijos, de nietos hacia sus abuelos. Con frecuencia creciente nos encontramos escenas vergonzosas en plena calle, de madres que literalmente arrastran a sus niños pequeños, les propinan tundas frente a sus compañeros de escuela, les gritan desaforadamente que los van a matar, que les van a partir la cabeza en dos… y así una cantidad de frases, gestos, actitudes y hechos violentos que no parecen salidos de la boca de una madre, un padre, o una abuela. Pero las oímos y vemos cada vez más. Es la violencia familiar que se hace cotidiana y se vuelve casi normal.
No nos acostumbremos a la violencia familiar. No existe violencia menor, porque todas dañan la dignidad, la integridad, la psicología de los que la sufren y también daña a los que la ejecutan. No aceptemos tal monstruosidad como si nada ocurriera.
Otra manifestación de la violencia cotidiana son los ataques callejeros. Esos asaltos para robar, para la violación sexual, para el atraco. Todos podemos recordar alguno de estos hechos en nuestro propio barrio, en nuestra ciudad, en nuestra provincia. Los mayores podrán comparar: siempre han existido actos de violencia, pero parece, que ni eran tan frecuentes, ni eran tan numerosos, ni eran vistos con tanta naturalidad o resignación como ahora.
Matar para robar en la casa de una anciana que vive con su nieto y ser el nieto un cómplice. Matar para robar un automóvil y hacerlo de día en plena carretera. Matar para arrancar del cuello una cadena o para llevarse una bicicleta. Matar por excesos pasionales o por simple envidia. Cada uno de nosotros conoce más de un caso. ¿Cómo es posible que nos acostumbremos a tales violencias? ¿Cómo es posible que las aceptemos como parte del mundo que cambia? ¿Hacia dónde está cambiando nuestro mundo, este de aquí, el más cercano, el mundo de mi barrio y de nuestras carreteras? ¿Cómo es posible que se silencien estos actos crueles, por muy “locales” o “intrascendentes” que se puedan considerar?
Es sobre esto mismo que deberíamos reflexionar: ¿Qué diferencia hay entre una mujer albanesa que es violada en Bosnia-Herzegovina y una mujer violada en un municipio de Las Tunas? La dignidad de ambas mujeres, el respeto a su integridad y la violencia que se les impone es la misma en cualquier lugar del mundo. Por un lado, no hay violencias menos crueles y más intrascendentes por no tener difusión y, por otro lado, no hay violencias “internacionales” que, por su difusión periodística, se hagan más deleznables. Esto es, por lo menos, una manipulación mediática. La violencia es igualmente condenable, es igualmente cruel, debe ser igualmente prevenida, en Cuba como en Madagascar, en Estados Unidos como en España, en Palestina como en Israel, en Iraq como en Haití.
Otra pregunta: ¿Por qué se silencian los hechos de violencia en nuestro país? No estamos hablando del morbo de la crueldad, no estamos hablando de la prensa amarilla que se regodea mostrando gráficamente, muertos, heridos y descuartizados. Eso no ayuda a nadie. Eso difunde la violencia y ofende la vista de los receptores y la dignidad de las víctimas. No es a eso a lo que nos referimos. Se trata de cuando se silencian las estadísticas de actos violentos, se obvian las noticias aún cuando sean pura información sin sensacionalismos o se deja de educar a partir de las lecciones de actos lamentables porque se desea presentar una atmósfera de normalidad dentro y de tremendismo fuera. Dentro, todo tranquilo; fuera, todo mal. Entonces lo que se logra es que la gente no le dé importancia a la violencia porque, como lo importante sale por la televisión y el periódico, pudiera deducirse que se trata de un acto menos grave, que no merece la pena condenarlo y sacar las conclusiones y lecciones de esas realidades.
Ni regodearse con la violencia, como en las películas norteamericanas del sábado, ni crear en los medios de comunicación una Cuba virtual que se aleja, cada vez más, de la Cuba real. Los extremos se tocan. Tanto pueden contribuir a la violencia la difusión de actos e imágenes violentas como silenciarlas de tal manera que pueda entenderse que son eventos sin importancia, de poca gravedad. La desinformación nunca educa, ni previene, ni alerta.
Ahora bien, informar sobre lo que está pasando en la realidad no evita el problema de fondo. El problema de fondo es encontrar las causas profundas de la violencia. Es preguntarse ¿ por qué crece la violencia familiar?. Y responder con sinceridad.
Es preguntarse ¿ por qué crece la violencia callejera?. Y responder con honestidad.
Es preguntarse ¿para qué mata la gente?, ¿para qué asalta?,¿para qué se organizan y juntan los delincuentes?. Porque sabemos que, raras veces, no hay al menos complicidad. Porque sabemos que raras veces son delincuentes aislados. En el mundo de hoy, y con las características de los hechos que conocemos, casi siempre hay varios implicados, hay varios que planean, unos asaltan y otros receptan, unos venden y otros compran, unos matan y roban automóviles y otros los modifican o desarman y los venden. Esto lo hemos corroborado, incluso, por ese espacio de la televisión dominical que intenta presentarnos casos de este tipo en forma de programa policial.
Este tipo de “juntera” delincuencial de hoy, puede conllevarnos a las mafias criminales de mañana. Es muy necesario atajar a tiempo esta tendencia, ese incipiente intento de organizar la violencia. Estas son las formas de asociarse verdaderamente peligrosas para la soberanía y la integridad de la nación. Estas son las formas verdaderamente dañinas para nuestra cultura y nuestras ideas. Si alguna batalla debe haber en serio y en firme es la batalla contra la verdadera delincuencia. El desorden social, lo hemos dicho varias veces, es señal de deterioro moral y un grave peligro para la gobernabilidad.